A sus 57 años y tras celebrar una década como jefe de Estado, el otrora soltero empedernido se ha dedicado con éxito a borrar la imagen de Mónaco como paraíso fiscal, aunque marcado por la ambigüedad siempre presente en su familia
Escribe Mayte Navarro
Fotografía Cortesía Principado de Mónaco – Getty Images
Se llama Alberto y se apellida Grimaldi. Es príncipe y jefe de Estado de uno de los territorios más pequeños del mundo. En su biografía no aparecen ni hechos heroicos ni iniciativas originales. Según los medios especializados en materia monárquica, Alberto II heredó un principado marcado por la opacidad de las finanzas, que sin embargo han permitido el brillo y el boato del pequeño territorio.
Pero ¿quién es este personaje que desde su más tierna infancia ha protagonizado portadas de revistas?
Como cualquier testa coronada es dueño de más de un nombre: Alberto Alexander Louis Pierre Grimaldi. Regido por el signo Piscis, el segundo hijo de Rainiero y Grace tuvo como madrina de bautizo a la reina Victoria Eugenia de España, bisabuela de Felipe VI y bisnieta de Victoria de Inglaterra.
De esta manera su padre buscó acercarse a la nobleza europea, que en tiempos pasados no veía con muy buenos ojos a este Principado y tampoco aplaudió el matrimonio de Rainiero con una actriz. Afortunadamente, Alberto ha sido protagonista de épocas menos conservadoras, de allí que no haya sufrido de la crítica implacable por sus supuestos amores siempre ubicados en pasarelas o espacios deportivos, pero si fue el centro de preocupaciones por prolongar su soltería hasta más allá del medio siglo. Todos querían que se casara sin importar con quien.
En cuanto a la educación de Alberto no es desdeñable pues cursó estudios en el Instituto Alberto I de Mónaco, que le brindó las bases necesarias para continuar su pregrado en el Amherst College, Massachusets, la misma universidad privada donde se recibió Dan Brown, autor del Código Da Vinci. Allí permaneció desde 1977 a 1981 y se licenció en Ciencias Políticas. Habla perfectamente inglés y francés.
Heredó de su madre no sólo la miopía, sino la atracción por los escenarios y aunque el cine, como él mismo lo confesara en una oportunidad, le atraía, fue en la música donde saboreó aplausos pues formó parte del coro de Amherst College.
No podría catalogarse de mal estudiante pero tampoco protagonizó el cuadro de honor, quizás la causa de no obtener las máximas calificaciones haya sido la pasión que siempre ha sentido por el deporte, aunque su actual generosa cintura no testimonie que integró el equipo de fútbol, tenis, judo, natación, windsurf, golf y bobsleigh, esta última disciplina lo llevó a competir en varias olimpiadas invernales. Actualmente es miembro del Comité Olímpico Internacional. A su currículo se suma el haber pasado por las oficinas de la banca Morgan, lo que le brindó experiencia en la parte financiera.
Alardes amorosos
La soltería acompañó a este rubio príncipe hasta la madurez, razón por la que cada cierto tiempo se le asignaba una novia. Como nunca se concretaba nada, las malas lenguas comenzaron hacer de las suyas. Los chistes dejaban ver que Alberto no buscaba el amor en el sexo opuesto, tema que realmente en estos momentos sería insignificante, pero como heredero del trono de Mónaco si encendía las alarmas ya que debería asegurar descendencia. Ante el acoso, Alberto de Mónaco afirmó en una oportunidad que no se había casado porque su familia no lo presionaba para que lo hiciera y porque hasta el momento no se sentía preparado ni había encontrado a la persona adecuada. En 1993 dijo: «A fuerza de ser discreto, la gente comienza a hacerse preguntas sobre mi persona».
Claudia Schiffer, cuando reinaba en las pasarelas; junto a sus colegas Naomi Campbell y la portuguesa Tasha de Vasconcelos Mota e Cunha integraron la lista de “novias” del soltero de oro de la época. A ellas se sumaron la nadadora Therese Alshammar, quien enarboló la bandera de la más sexy de Suecia; y la actriz francesa Catherine Alric.
Por supuesto, ante tantas aventuras comandadas por Cupido, el príncipe no podía salir ileso y comenzaron a surgir las supuestas paternidades, que se negaban ya que su padre, Rainiero, estaba vivo y no veía con buenos ojos estos devaneos de su hijo con gente común y corriente. Aunque no se hicieron públicas sus dos paternidades sino hasta después de la muerte de su padre, Alberto ya había aceptado la paternidad de Alexandre, hijo de la aeromoza togolesa Nicole Coste, y la de Jazmin, la hija de una camarera estadounidense, Tamara Rotolo. Alexandre no fue inscrito en el registro civil hasta la muerte de Rainiero, por instrucciones del propio Alberto.
Ya en el trono llegó la nadadora surafricana Charlene Wittstock, un noviazgo largo y poco común, una relación que se vio como otro de los disimulos del principado para ocultar la verdadera vida de Alberto. Una vez anunciado el compromiso los rumores no cesaron, incluso, la víspera de la boda se dijo que la novia había sido detenida en el aeropuerto para evitar la huida. Las lágrimas de Charlene y su melancólica sonrisa enfatizaron la historia de un matrimonio de apariencias, que luego fue subrayada por una luna de miel en hoteles separados.
Los años pasaban y no había herederos, hasta que se anunció el embarazo que como en los cuentos de hadas, hizo Gabriella. En recientes declaraciones, Charlene describió así a sus hijos: “Jacques es el jefe. Ha crecido mucho y se va pareciendo más a su padre. Él es muy observador y ha desarrollado un comportamiento protector hacia su hermana, Gabriella”. De su hija, dijo: “Nos hemos dado cuenta de que, curiosamente, ella está desarrollando una actitud de verdadera princesa real. Puedo decirte que su color favorito es el rosa y que ‘no’ es una palabra que a ella no le gusta nada”.
10 años al mando
A los 47 años, soltero y sin novia, Alberto de Mónaco asumió el poder. De eso acaban de cumplirse 10 años. Una década en la que él se ha dedicado a borrar la imagen del principado como paraíso fiscal. Todavía se recuerda la frase que pronunció al ser entronizado. «Quiero que la ética sea el valor central de mi reinado». Ha dado un impulso al Principado, no sólo como lugar de lujo sino también de trabajo.
Como buen Grimaldi ha continuado con sus acciones a favor del ambiente, de manera especial de protección a los océanos, ejerce la vicepresidencia de la Fundación Princesa Grace y recientemente encabezó un acto sin precedentes, al pedir disculpas por el rol del Principado en la deportación de judíos a campos de concentración nazis cuando estos se encontraban buscando refugio en la Costa Azul. “Decir esto hoy, delante de ustedes, es una petición de perdón”, afirmó en ese acto solemne ante el rabino de Mónaco así como otros representantes y activistas.
A los 57 años Alberto II de Mónaco, a quien siempre los más cercanos han calificado como de poco carácter y algo apocado, no se ha liberado de la ambigüedad que siempre ha reinado en su familia. Podría decirse que no da puntada sin dedal, que cada acto lo programa para sacarle provecho, en fin, Alberto II es un príncipe apropiado para un mundo que rinde culto al espectáculo.