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Joaquín Torres-García

Un latinoamericano universal en el Moma

El Museo de Arte Moderno de Nueva York presenta la primera retrospectiva dedicada al uruguayo en los Estados Unidos en los últimos 45 años, quien es considerado uno de los más significativos e influyentes artistas del siglo XX

Escribe Caresse Lansberg
Fotografía Cortesía MOMA

La muestra, que estará expuesta en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) hasta el 15 de febrero del año próximo, repasa los extraordinarios logros de Joaquín Torres-García (Uruguay, 1874-1949) en la pintura, la escultura, el fresco, el dibujo y el collage, a través de 190 obras. La exhibición ha sido organizada por el curador venezolano Luis Pérez-Oramas junto a Estrellita Brodsky, historiadora de arte y especialista en arte latinoamericano. Al finalizar la exposición viajará al Espacio Fundación Telefónica en Madrid (19 de mayo–11 de septiembre de 2016) y al Museo Picasso Málaga (10 de octubre de 2016–5 de Febrero de 2017).

La exposición hace hincapié en la individualidad radical de un artista que elude cualquier clasificación. Una figura central en la historia del modernismo en las Américas, y un protagonista clave en los intercambios culturales que lo han influenciado. Torres-García ha fascinado a generaciones de artistas en ambos lados del Atlántico, pero especialmente en nuestro continente incluyendo a importantes norteamericanos, desde Barnett Newman hasta Louise Bourgeois, y a incontables latinoamericanos.

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Barcelona
A los 17 años de edad, Joaquín Torres-García dejó su natal Montevideo para irse a Barcelona, España. Esa ciudad moderna, capital de renovación cultural, lo motivó para convertirse en un “pintor de la vida moderna” al estilo de Baudelaire. Estuvo activo dentro del grupo de intelectuales y artistas que promovieron el Noucentisme, movimiento artístico catalán que reaccionó en contra de la sofisticación decadente del art nouveau.

La exhibición en el MOMA comienza justamente con sus primeras obras, incluyendo dibujos preparatorios para su primera comisión importante: una serie de frescos monumentales para el Salón de San Jordi en el Palau de la Generalitat de Barcelona, la silla del poder soberano catalán desde la Edad Media. A pesar de la naturaleza arcádica de la mayoría de las obras, en el último fresco, “Lo temporal no es más que símbolo” (1916) -por primera vez en exhibición en los Estados Unidos-, un inmenso fauno domina a una muchedumbre con soberana indiferencia. Esta temprana representación de una figura clásica en un estilo moderno fue duramente criticada por intelectuales conservadores. El escándalo resultante y la muerte del líder político de Cataluña, Enric Prat de la Riba, conllevó a la destitución de Torres-García de la comisión.

Nueva York
En 1920, ante la creciente tensión política en España al final de la Primera Guerra Mundial, y fascinado con América como un territorio de la modernidad, se mudó con su familia a Nueva York. Ahí comenzó la producción de “Aladdin Toys” (Juguetes Aladino), de los que se incluye una selección en la exhibición. Estos juguetes de madera exploran la noción de una estructura transformable. Aquí pronto se situó al centro de una comunidad de artistas trabajando en estilos modernos, incluyendo Joseph Stella, Walter Pach y Max Weber. Durante su breve pero formativa estadía, representó la ciudad caótica en una serie de sorprendentes collage, especialmente “New York Street Scene” (1920). Aunque eventualmente vendió obras –notoriamente a Katherine Dreier y su Société Anonyme–, se fue desencantado y ante los apuros económicos regresa con su familia a Europa.

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París
Durante el complejo período de entreguerras, la década de los años veinte en París estuvo caracterizada por un ecléctico panorama artístico en el que las primeras prácticas de vanguardia estuvieron acompañadas por un interés en lo primitivo; el retorno a la representación clásica coincidió con la emergencia del surrealismo, y un aire de melancolía generalizado conllevó a una nueva forma de figuración. Como escritor, Torres-García produjo varios manuscritos ilustrados, haciendo hincapié en su propio entendimiento del arte moderno. Durante esta época practicaba la abstracción a la vez que fue ahondando en lo primitivo, produciendo sus “Objets Plastiques” –pequeños ensamblajes en madera pintada– para comprobar varias estrategias de composición en formas tridimensionales. En este período encontró su voz artística. Hacia 1929 ya había definido su estilo característico definitivo, definido como “universalismo constructivo”, con pinturas que muestran figuras esquemáticas trazadas simplemente sobre una cuadrícula en la que tonalidades sencillas resaltan campos geométricos. Sin embargo, nunca dejó de experimentar y producir sorprendentes esculturas y pinturas abstractas que no se ajustaban a lo que venía haciendo.

Montevideo
En 1934, a medida que la Gran Depresión se sumaba al tenso clima político en Europa –la Guerra Civil Española, el ascenso del totalitarismo, y, eventualmente, la Segunda Guerra Mundial–, regresó a Uruguay. En Montevideo, donde vivió hasta su muerte en 1949, se convirtió en una figura cultural central dando charlas, conferencias por radio, enseñando y escribiendo.

El legado de su taller personal, el Taller Torres-García, ha contribuido a la propuesta del arte latinoamericano como un auténtico movimiento regional, libre del dominio europeo. Fue con este espíritu que creó una de las imágenes más emblemáticas del modernismo latinoamericano, un mapa invertido de América del Sur, que proclamaba el Sur como su propio Norte.

La década final de su obra se caracterizó por un eclecticismo, a medida que fue revisando el repertorio entero de sus estilos característicos, abstractos y concretos, desde la figuración esquemática hasta el Universalismo Constructivo. Un notable regreso al color –especialmente colores primarios– se manifiesta durante este período. Con el Taller Torres-García, creó una serie de históricos murales, frescos, y proyectos para monumentos de piedra y madera, muebles, y objetos decorativos. Algunas de sus obras abstractas de este período incorporan pictogramas en su estilo característico que recuerdan antiguos muros de piedra o refieren a eventos contemporáneos como el descubrimiento de la energía atómica y la Guerra Fría. Sus obras tardías, cierran el círculo de su obra completa y resumen sus contribuciones al modernismo.

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